lema2015El lema de este curso se nos ha quedado abierto. No lo hemos podido cerrar y por eso necesitamos la ayuda de todos. Ya sabemos que nuestro colegio es nuestra segunda familia, un espacio para el encuentro, para relacionarnos, para crecer juntos. En él nos encontramos con situaciones que no nos gustan pero también con posibilidades siempre nuevas… somos una familia
Pero en muchas ocasiones nos falta dejar espacios para dialogar, apagar o desconectar todas esas cosas que nos hacen caminar con orejeras por el colegio, sin darnos cuenta de lo que está pasando a nuestro alrededor. Tenemos que hablar y también tenemos que escuchar, aprender a hacerlo va a ser, seguramente, una de las cosas más importantes que aprendamos en los años que vamos a pasar en nuestro colegio trinitario.
Cuando Moisés huyó de Egipto y se refugió en el desierto lo que más le molestaba era sentir que había una familia de la que no se sentía parte. Conocemos la historia, ¿verdad? Cuando nació, su madre lo dejó dentro de una canasta en el río, lo encontró una hija del Faraón que lo crió como su fuera egipcio. Cuando Moisés creció se fue dando cuenta poco a poco que su verdadera familia eran los judíos, pero los judíos también eran los esclavos de los egipcios y a Moisés las ideas se la hicieron un lío en su cabeza, ¿a qué familia pertenecía de verdad?, ¿a cuál quería pertenecer? Una mañana, paseando junto a las grandes construcciones en obras, vio cómo un capataz egipcio golpeaba hasta la muerte a un esclavo judío. Moisés se abalanzó contra el egipcio y lo mató. Entonces no sólo se le complicaron las cosas en la ciudad, también en su propia cabeza estaba confundido. Huyó al desierto, al sur, para esconderse. Se casó con Séfora y se dedicó a cuidar de las ovejas de su suegro.
Un día, en una de aquellas montañas, se encontró con una sorpresa que lo dejó maravillado. Delante de él tenía una zarza, un matorral, que ardía pero no se quemaba. Al acercarse más pudo escuchar una voz que le anunció que ese lugar era sagrado y que Dios quería hablar con él. Moisés aceptó hablar con Dios, pero tuvo que cumplir una condición, descalzarse, quitarse las sandalias y hablar con Dios a pie descalzo. Fue entonces cuando Dios le dijo a Moisés que iba a sacar a su pueblo de Egipto, que lo iba a librar y a llevarlo a una tierra de promesas y de paz.
Es una historia conocida de la Biblia, seguro que la conocemos más por algunas películas famosas. Pero la pregunta que más nos interesa hoy es, ¿por qué Dios le pide a Moisés que se descalce para hablar con él?
Hablar es algo normal, que hacemos todos los días. Más raro es sentarnos a hablar cara a cara, contarnos lo que nos pasa, lo que nos ilusiona, lo que esperamos del otro, hablar sin complejos. Es raro, y es difícil, porque cuando nos sentamos a hablar con un amigo, o con una persona que conocemos, llevamos con nosotros un montón de prejuicios y de ideas, nos sentamos con una imagen de esa persona, que a veces hemos recibido de otros y que por lo general suele ser bastante injusta. Si somos una familia, si podemos dejar a un lado lo que nos diferencia y sentarnos a hablar, es muy importante que lo hagamos como Moisés, a pie descalzo; que reconozcamos la parte de Dios que hay en la otra persona, que nos libremos de los prejuicios y las diferencias y caminemos juntos, a pie descalzo, hacia lo que de verdad nos une. Así, solo así, nuestra familia será cada vez mayor.
Esta es nuestra propuesta pastoral para este curso: ¡descálzate!, ¡siéntate!, ¡escucha desde el corazón!, ¿hablamos?